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Maggie de Koenigsberg

BIBLIOGRAFÍA

KOENIGSBERG IMAGINA

La imaginería de Maggie de Koenigsberg, siempre ha sido curiosa.  Hoy, al ver sus telas las podríamos incluir dentro de un gótico florido, por esas imágenes preciosistas y un orden representativo alambicado –ambos de artificiosa elegancia- logrados por ciertos caprichos del ritmo ornamental.  Las figuras devienen forma incierta, fruto de la combinación de el agregado, afectadas por tensiones metafóricas de sugestivo humor y fantasía, que desarrollan un orden narrativo que pertenece por igual al ayer y al hoy.

 

Albino Dieguez Videla

noviembre 2005

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PINTURAS DE MAGGIE DE KOENIGSBERG 

Desde su aparición como género independiente, la pintura de paisaje, tiene un largo recorrido en la historia del arte: pasa así de la modesta pretensión de naturaleza pintada a ser depositaria de proyectos y pérdidas, sueños y evocaciones.  A ser, en definitiva condensación de la memoria. 

El paisaje en Maggie de Koenigsberg es un instrumento de introspección subjetiva e interrogación del mundo.  Rocas, cielo y espacio se entretejen en una mirada singular sobre la época. Así, como garras o cuerpos desnudos fundidos a la tierra, las rocas se alargan y del extremo del soporte al centro trazan cortes en la vastedad de una planicie.  Un horizonte curvo, teñido a veces de rojo, separa el espacio desolado de un cielo tormentoso: entre luces y sombras, parece a punto del estallido y alude al caos original.  Mientras, la tierra rechaza todo vestigio de vida humana: esa ausencia de vida cierra un escenario de silencio crepitante.  Un mundo extraño en el que hasta las rocas parecen inmersas en un magma orgánico.  Pintura inquietante en la que nada llama a sosiego: las zonas más quietas, lejos de serenar, remiten a un planeta cargado de turbulencias. 

Las formaciones geológicas han perdido su carácter descriptivo y, falsamente figurativos, los paisajes de Koenigsberg dirigen sus efectos plásticos a los sentimientos y emociones del espectador.  Se trata de un paisaje expresionista impregnado de la conciencia de su tiempo: ´´En el siglo XX parece que los artistas trabajan bajo el signo de la muerte.  El hombre tiene una actitud suicida.  Para no hablar de lo que está haciendo Bush.``, dice la artista.  Y agrega: ´´La caída de las torres es el fin de la era light. Hay que retomar un pensamiento crítico.  Siento que estamos en el comienzo de algo.  Mi obra es apocalíptica.  Cuando la invasión a Afganistán, pasé dos semanas mirando televisión: me asusté, se estaba dando lo que planteaba mi pintura``.  Su obra es producto entonces de las tensiones que resuenan en su interioridad.  Pero su actitud frente a la pintura conlleva también un acto de sanación: ´´La pintura, para mí, es mantener una posición de resistencia frente al marasmo social o político, al margen de una noción de progreso donde se investiga sin saber que hacer con los resultados, ni dónde empieza a funcional lo ético``. 

La serie de paisajes que presenta en esta muestra fueron realizados entre el año 2002 y 2003.  El título de las obras, puesto en general al final del trabajo, es a veces indicativo de un estado de ánimo otras, la continuidad de un texto escrito que la tiene concentrada: lectora infatigable, el título parece funcionar como un texto externo que da continuidad a la obra.  Si antes su pintura tenía vestigios de lo humano, como huellas marcadas a través de extrañas construcciones, la roca es ahora su motivo central.  Puede surgir de lo real, un viaje o el recuerdo de una imagen percibida al pasar, para ir luego hasta lo irreconocible.  De la forma lisa y estática de años anteriores la roca ha pasado a transformarse en elemento casi vivo: una forma que se alarga y se desplaza, para ser luego una especie de oruga.  Si antes las rocas actuaban como elemento de expulsión, ahora su organicidad gana espacio, devora planicies y crea un movimiento centrípeto en el que, el horizonte alto cierra el espacio y amenaza con dejar atrapado al espectador.  Es, cada vez más, un mundo onírico que genera desasosiego.  Así, el paisaje de Maggie de Koenigsberg no es un marco de contención al cual se accede por una superficie reconocible.  Para ella, se trata de un escenario en el cual el hombre puede interrogarse, sentirse inmerso y, sobre todo, tomar conciencia de su amenazante tragedia.

 

María Teresa Constantin

Crítica e Historiadora de Arte

Buenos Aires, 2004

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LIBERTADES DE MAGGIE DE KOENIGSBERG

Discípula de dos notables – Kenneth Kemble y Luis Felipe Noé -, esta pintora nacida en Buenos Aires, en 1956, no oculta las influencias de ellos, y hace bien,  Conserva de uno y otro la libertad, la audacia para lanzarse hacia el color, hacia la ambición de pintar, hacia el abismo de sentimientos encontrados que es una de las razones de ser del arte pictórico.

 

Libre entonces, con ganas de imaginar –e imaginarse- Koenigsberg no parece interrogarse para desplazar masas de color, para acentuarlas parcializándolas con un brío que mucho tiene del expresionismo abstracto.

 

El lenguaje que adopta Maggie de Koenigsberg parece el más adecuado para su aparente urgencia expositiva: desea testimoniar hechos, ideas –lo confirmarían las denominaciones de cada obra-, con una gran carga emocional.

 

Es la suya una pintura sentida, casi barroca por la superposición de pulsiones y retoques.  Pintura que hasta en las vacilaciones que se presienten, se entrega genuina, opulenta, vehemente.

 

En otras oportunidades hemos apreciado trabajos de Koenigsberg, siempre nos pareció ver en ellos ese “algo más” indispensable para que un dibujo, una escultura, una pintura, se transformen en obra de arte.

 

Albino Dieguez Videla

julio 1993

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LOS JARDÍNES DE KOENIGSBERG

 

En la obra de Maggie de Koenigsberg (Buenos Aires, 1956) se puede establecer toda una extraña botánica, una inquietante vegetación que toma la horma pare te de flores, pétalos, hojas, raíces, tallos, capullos, nervaduras, inflorescencias, estambres hipertrofiados, combinaciones entre vegetales y animales… y entonces brotan pseudópodos, bocas, cilias, cuerpos flotantes. 

 

Cada cuadro, en formatos medianos y grandes, muestra que los jardines de M. De K. No sólo inquietan por sus formas, colores y tratamientos pictóricos, sino también por su carácter “temperamental”.  “Flores temperamentales”, las llama Eduardo Iglesias Brickles en el catálogo de la exposición.

 

Estos jardines subacuáticos (o también celestiales, terrestres o infernales, según cada caso, cada mirada) revelan toda una paleta de estados de ánimo, porque están densamente cargados de sentido y sensaciones: ensoñaciones, pesadillas, tensiones y distensiones que vuelven equivalente, reversible o intercambiable el camino que va del temperamento… porque son las mismas cosas.

 

La cualidad pictórica de cada pincelada acompaña ciertos estados de ánimo con forma vegetales.  Cada planta exhibe una personalidad, una actitud, un estado de alerta, de suspenso.  Hay vegetaciones que buscan algo.  Otras quizá quieren reproducirse o de hecho crecen dentro de si mismas y se expanden o proliferan.

 

¿De qué alimentan estas plantas?  Por su apariencia corpórea e inquietante, por momentos amenazante, podría decirse que no solamente de agua, sol y partículas.  Hay una fuerte expresividad que aquí se expande a la totalidad del paisaje.  La pintura habla de sí misma (a través de pinceladas y gestos), al mismo tiempo que construye extrañas hibridaciones.  Extrañas al punto de que por momentos lucen completamente familiares. (En la Fundación Alberto Elía y Mario Robirosa, Azcuénaga 1739, hasta el 19 de junio)

 

 

Fabián Lebenglik

Página 12

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En cada una de las obras de Maggie de Koenigsberg está latente la pulsión de la fuerza de la que hablaba Kandinsky.  El arrebato de sus pinceladas no está dictada por el imperio de la Razón sino por esta fuerza autónoma, que no se deja predecir.  Hay un magma de forma y colores en gestión que se asienta sobre un magma ya gestado, un microcaos sobre un macrocaos: el momento inefable del caos primigenio del Génesis, cuando nada se podía nombrar.  De Koenigsberg parece reafirmar el estado prelógico de la naturaleza, cuando era “una fuerza útil para el desarrollo y la sensibilidad del alma humana”.  Un estado que no conoce el relato, el orden lógico que instauraría el hombre para establecer su dominio.

 

A principios de siglo XX artistas como Kandinsky renunciaron al relato, casi al final del mismo siglo, pensadores como Lyotard afirmaron en forma contundente que las grandes narraciones habían muerto.  De Koenigsberg parece adherir a este postulado no mediante la palabra sino con el gesto.  Eligió para ello una no figuración fluída, libre de los caminos de un logos ya despretigiado.  Cada una de sus obras es el punto de descanso de una corriente continua de experimentación de formas y colores, un alto en un devenir eterno.  De Koenigsberg, privilegia el gesto sin trabas, el recorrido del pincel sobre la tela como una Ménade en éxtasis que recibe los dictados de “un reino que vagamente alcanzamos a percibir”.

 

Julio Sanchez

julio 1993

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ESCRITO LUIS WELLS

Aunque no sea, tal vez, su intención principal, en la obra reciente de Maggie de Koenigsberg está presente el tema tradicional: abstracción-figuración.

 

Noé opina que el artista, aún cuando no represente nada figurativo en sus obras, accede a su propio trabajo cargado de referencias.  En el caso de Maggie pareciera que, por el contrario de los procesos comunes donde casi siempre se parte de un esquema figurativo o una voluntad representativa para procesarla luego hacia una abstracción, ella (Maggie) comienza sus obras sin preconceptos y tal vez sin que aquellas referencias a las que aludía Noé, intervengan notoriamente.

 

Maggie establece un proceso automático, gestual, más cercano a lo físico que a lo mental.  Esta es más evidente cuando se observa varias obras de ella en conjunto y mucho más aún, si uno accede a una de sus obras en proceso inicial.  Luego, como en el juego que hacíamos cuando niños, con las nubes o las sombras, nuestra artista va descubriendo figuras o situaciones reminiscentes de alguna representatividad.  Es en ese momento que recuerdo la etapa de Kandinsky donde comienza a abstractizar el paisaje, porque Maggie a la inversa, paisajiza la abstracción.

 

Si bien en su obra anterior el color era protagonista principal, en el vigoroso dibujo en negro de las actuales piezas es donde reside su mayor fuerza expresiva.  La gestualidad de Maggie define espacios dentro del espacio.  Por momentos nos sentimos dentro del Maelstrom de Poe; el torbellino nos dejamos llevar hacia adentro del cuadro no necesariamente cómodos; los violetas ácidos o esos grises plomo producen veloces resonancias. Es nuestra imaginación la que actúa impulsada por la vitalidad de sus propuestas.

 

Maggie se situó en el ojo del huracán y desde allí nos invita a seguirla en su viaje hacia la atmósfera, acompañémosla.

 

Luis Wells

1993

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EN LA PINTURA DE MARGARITA DE KOENIGSBERG, EL ESPACIO PICTÓRICO ES EL ESCENARIO DE UNA AVENTURA INTERIOR

Este espacio interno es creado de una manera intuitiva y alude a un universo iológico en el que se establece un límite de tensión entre la alusión figurativa y la abstracción de formas orgánicas.

 

En algunas obras creemos descubrir una imagen de paisaje no totalmente diferenciado.  El mundo vegetal se transforma y logra una dimensión visceral: el propio cuerpo, el mundo de las sensaciones pulsa y se transfigura.

 

El color es sensual, jamás disonante, y se mantiene dentro de los acordes que producen el juego de vibración de los complementarios.

 

Las formas a veces se abren y la energía que contienen sse expande y adquiere fuerza con la ayuda también de un mayor espesor de materia.

 

Carlos Bissolino

Julio - 1990

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LA PINTURA CONVOCANTE DE MAGGIE DE KOENIGSBERG

Maggie se deja llevar por la naturaleza de los elementos que emplea, particularmente el color.

 

No quiere otra precisión que el todo en la obra, pero cada cuadro de ella está cargado de sugerencias.

 

Deja que el espectador sea el que viaje con su imaginación…  En una palabra son cuadros convocantes. Por supuesto que a ella también le convocan sugerencias, sobre todo referidas a la naturaleza.  Pero Maggie nos deja que seamos nosotros los que viajemos.  Sin embargo nos dice con su obra (claramente para mí) que ella asocia íntimamente la esencia de la pintura con la naturaleza.

 

Sus cuadros globales, generosos, plenos de vitalidad no se detienen en detalles porque ella siente que la naturaleza es un todo en sí mismo que guarda implícitamente las posibles apariencias.  Por ello Maggie nos convoca a gestarlas con nuestra imaginación.

 

Luis Felipe Noé

1990

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LO INEVITABLE

Brota, se abre paso, crece, busca de adentro hacia fuera, sale. Así es la pintura de Maggie de Koenigsberg. Y así son las plantas y flores fantásticas de sus telas. Quieren existir. Desean estar ahí, crecer, volverse forma, hacerse color desde la oscuridad.

 

No confundir los inquietantes paisajes floridos de Maggie de Koenigsberg con paisajes ni flores de la realidad. El fantástico catálogo botánico y floral de Maggie es producto exclusivo de su imaginación, no tiene correlato en la realidad, no la representa. Al menos, no representa más que a la propia pintora. Las carnosas flores de Maggie nacen en su interior, se alimentan de ella. Tienen vida solo en ese planeta imaginario que anima su paleta. Y movidas por una poética completamente ajena a la lógica botánica, se elevan en el aire, buscan la altura utópica con voluntad de catedrales góticas hacia esos cielos ígneos, espesos y furiosamente naranjas, amarillos, rojos.

 

Ni siquiera podemos hablar de “plantas” o de “flores” para nombrar a esas formas orgánicas que por momentos parecen bocas, cisnes, insectos, criaturas carnívoras, órganos sexuales.

 

Tampoco podemos, sin riesgo de caer en el ridículo, hablar de surrealismo ni de expresionismo para referirnos al clima onírico o a la sensualidad de la pintura de Maggie de Koenigsberg. Su trabajo personalísimo rehúye cualquier moda o clasificación. Es ella, sin más, quien está desde sus entrañas expuesta en sus cuadros. Casualidad o no, Maggie, Margarita, pinta flores. Podría pintar cualquier otra cosa y su pintura seguiría siendo ella, pero pinta flores que crecen sin descanso, sin remedio. Con tal potencia, que casi se las escucha crecer en sus telas. Mientras se mira esos colores, esa fuerza, esa sensualidad, esa necesidad de ser, es posible creer que lo inevitable no es la muerte, sino la vida. Y, para Maggie de Koenigsberg, la pintura.

 

Eduardo Villar

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DE KOENIGSBERG: EL PAISAJE SOY YO

Plantas, cielos, un río... El tema no importa: es solo un vía hacia la pintura.

 

"Hay que proseguir el ensayo, no importa que debamos improvisar". Me enamoré de esos versos de Roberto Juarroz no bien los leí.  Era como si él escribiera lo que yo pintaba; como si él detallara que no importa lo que pinto -el paisaje-, sino el intento de color.  Que el tema es, en mi caso, una escusa".  Maggie de Koenigsberg explica así porqué, entre inmensas pinturas que actualmente exhibe en la Sala 6 del Centro Cultural Recoleta, decidió exponer también los versos del escritor.

 

Sus obras cuelgan como una gran explosión de color.  Como un gesto expansivo de esa riqueza cromática tan característica de la artista: los cielos son verdes, los ríos amarillos, los campos rojos... ynluego todo cambia con el mismo paisaje pintado en la obra de al lado: allí los campos son amarillos, el río naranja, el cielo rosa.  Y ese placer en la reunión y la dispersión de la materia -el óleo-, a gran escala, como el testimonio de un abrir y cerrar de brazos con el pincel en la mano.  Como la secuela de un acto de generosidad.  Una caricia enérgica hecha con el cuerpo. En todas estas pinturas hay un río, siempre central, siempre fugando hacia el horizonte.  Arbustos crecen a los costados, y cielos lagrimean.  Y no por tormentas, sino porque en ese punto, Maggie decidió pintar con aguadas.   

                            

"El río es importante. Pero en realidad quiero llevar la reflexión hacia la pintura, hacia esa cosa compulsiva que tiene.  Repito el tema para dirigir la mirada no hacia la imagen sino hacia lo que pasa ahí adentro: la pintura, el color”, dice la artista.

 

Sus series anteriores siempre presentaban enormes flores pesadas, carnívoras, que ahora casi desaparecieron. “Sí, empezaron a desaparecer –comenta la pintora.  Al principio sentí un vacío.  Pero después apareció nuevamente y en primer plano, la pintura”.

 

“También la flor es un ensayo”, dice Juarroz.  Hay que seguir, hay que seguir, dice esta Maggie, enamorada, esta vez, del río que no es río sino la excusa; de la pintura que no es obra sino paisaje.  De la imagen que  no es paisaje sino es Maggie: su propia voz interior.

 

Mercedes Bergliaffa (Nota N)

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MAGGIE EN EL SÍVORI

Maggie de Koenigsberg es una artista fuera de serie. Su pintura no puede asimilarse a las tendencias o manieras por donde se han canalizado la mayoría de las corrientes actuales del grupo local. Pero esa originalidad, ese derecho inalienable a decir su palabra -como ella misma proclama-, se agotarían en sí mismos si no fuera por la sorprendente calidad de su obra. Detrás de esas formas orgánicas que crea sin prejuicios existe una arquitectura reconocible, una composición explícita, que evidencian una formación seria y sin fisuras.

 

¿Cuántos artistas, hoy, pueden moverse sobre una tela en clave figurativa, exponiéndose con formas difíciles, complejas, con una paleta agresiva, de colores contrastantes y saturados o de gamas de estridentes colores complementarios, y llevar a buen puerto su tarea? Usualmente, la abstracción o el geometrismo facilitan el trabajo en ese punto.

 

La apuesta es fuerte, y  Koenigsberg la gana mediante la técnica de una conocedora. Su esquema compositivo se basa en diagonales principales, a veces con un soporte

horizontal. O en diagonales secundarias, unidas luego con horizontales que unifican la tela de lado a lado. Esta evidencia de un elaborado sostén apunta a la conducción de un práctico, que lleva su barco a través de las engañosas aguas de un estuario que ha terminado con la vida de muchos que se han aventurado a las grandes composiciones.

Sus colores, como dijimos, tampoco son complacientes. Juega fuerte con los opuestos

y sus áreas de equilibrio en el plano. Juega fuerte con gamas ingratas, y también las domina. En cuanto a lo obvio, a su repertorio de formas, a la inquietante atmósfera de sus cuadros, el espectador puede tomar varios caminos de interpretación. Es una contundencia expresiva que nos puede llevar a varios universos.

 

Me pregunto si algún gen de aquellos grandes creadores centroeuropeos de formas orgánicas, que a principios del siglo pasado dieron un golpe de muerte al mundo académico, no se ha exacerbado en Maggie; esta vez en tono americano, potente, salvaje, mostrándonos un ejemplo de la teoría del Einfülung llevada a su máxima expresión. Y si de las primeras décadas del siglo XX hablamos, de aquellas de la gran revolución estética, no podemos dejar de referirnos, respecto de esta autora, al mundo de lo surreal. Aquel surrealismo llenó los sueños de los artistas con las informaciones que la ciencia de aquellos tiempos les transmitía en su estado de vigilia: la teoría de la relatividad general, que tornaba al tiempo en una variable de la velocidad y del espacio; la teoría freudiana, que convertiría esos mismos sueños en materia de conocimiento y de investigación científica, cosa que el hombre sospechaba desde hacía tanto tiempo…

 

¿Cómo excluir en estos momentos, en que la ciencia está dando  pasos de gigante, que nos muestra la realidad de un tiempo y un espacio curvados e inseparables, que el universo se expande y que la misma teoría de la relatividad deja de ser válida en los orígenes del tiempo? ¿Que la nueva teoría cuántica maneja el principio de la incertidumbre y nos permite pensar no sólo en viajes en el espacio, sino en el tiempo creando unos sencillos “agujeros de gusano”?

 

Si nos hemos dado cuenta de que han tenido que sucederse generaciones sucesivas de astros para que los elementos que nos constituyen fueran gestados en sus vientres de fuego y sabemos, por lo tanto, que somos hijos de las estrellas y las únicas criaturas que el universo ha creado para pensarse a sí mismo, ¿ por qué no pensar que Maggie, hija de las estrellas, posee su agujero de gusano propio y que en sus sueños viaja con sus lienzos a cuestas para mostrarnos lo que fuimos o lo que seremos, o describirnos alguna historia interesante que pueda encontrar por el camino?

 

María Isabel de Larrañaga

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VIAJE CON RUMBO SUR

En esta presentación de sus pinturas recientes en las salas del Museo Sívori, Maggie de Koenigsberg nos enfrenta con una poética de indudable misterio y con las leyes de una biología desconocida y apócrifa y, por lo mismo, fantástica.

 

Esas formas sin género preciso, esos vegetales-animales, esos fósiles que cobran inquietante movimiento, echan luz sobre el proceso creativo del que nacen o afloran, pero también establecen nuevas categorías y revelaciones sobre los dominios de una naturaleza que creemos conocida y domada, y que aquí se manifiesta como un vasto territorio inexplorado.

 

Curiosa elección ésta de Maggie, dadas su educación y sus raíces. Nieta de la refinada coleccionista y anticuaria ruso-prusiana Paula von Koenigsberg -que contribuyera con su acción cultural al brillo de la rutilante Buenos Aires de los años 40-, hija de padre ruso y madre norteamericana, hace sus estudios de arte en el Parkland College de Urbana-Champaign, en Illinois, para completarlos luego junto a Kenneth Kemble y Yuyo Noé. Hasta aquí, la que podría ser la biografía intrascendente de una jeune fille bien élevé de la burguesía intelectual porteña.

 

Pero luego algo muda en su vida, y un destino de previsible cosmopolitismo se diluye en un ejercicio de creciente introspección. Esto la lleva a recorrer un país -el suyo- casi desconocido para ella. Baja a la Patagonia, y la explora en sus paisajes más desiertos y alejados del glamour: frecuenta Comodoro Rivadavia, Neuquén, General Roca; y luego, al otro lado de los Andes, Valdivia y Chiloé, donde se reúne con poetas y artistas del sur de nuestra América. Estos viajes la cambian, a la par que transforman su mirada.

 

El resultado de tal mudanza se despliega ahora antes nuestros ojos. Aquella geografía infinita pulida por los vientos ha invadido sus telas. Un silencio que sólo acepta medirse por siglos penetra la estructura misma de sus composiciones. La antigüedad geológica de bardas y mesetas anima a sus criaturas indescriptibles, las aprisiona en sus límites difusos y las dota de colores de vértigo.

 

Rodeada por sus pinturas, envuelta en ellas, Maggie escucha los sonidos secretos del suelo americano. Después de haber buscado tanto, ahora está en su camino. Lo presiente antes de imaginarlo o de saberlo, como un pájaro que vuela hacia su rumbo surcando el mapa inmenso de la noche.

 

Alberto Petrina

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MAGGIE DE KOENIGSBERG. TELÚRICA LATINOAMERICANISTA

 

Moverse desde el arte hacia el paisaje americano es, sobre todo, ir hacia lo raigal, hacia lo profundo. Es soltar la creatividad para que se revuelque en el barro amerindio y abrazarla cuando vuelva completa y ebria de nosotros a nosotros. Maggie de Koenigsberg emprende, a pesar de lo muchos riesgos que esto conlleva, el camino de la genuina comprensión de nuestra realidad.

 

El arribo estético abre las entrañas de la tierra dispuesto a escuchar y a observar sus más inesperadas manifestaciones. No es esta una búsqueda solitaria. Lejos está el artista de ser un mero intérprete cuasi divino, un pequeño Dios, sino que su andar es por el camino de los muchos. El artista auténticamente americano se abre a la posibilidad de ver bajo la maleza el orgasmo de formas continentales que abisman nuestra perspectiva occidentalizada. En su sincera decisión reconoce nuestra necesidad de pensar con otras categorías desde un paradigma diferente.

 

Canta el gran pampeano Atahualpa Yupanqui “Lo que antes fue clara huella /se enllenó de espina y barro”. A las antiguas huellas de nuestro continente hay que correrles el velo de más de cinco siglos de colonialismo y neocolonialismo. No es sino el pueblo y la naturaleza (la madre tierra) quienes en sus trotes desesperados, en sus movimientos que exceden toda posibilidad de predicción, revuelven la maleza y el barro dejándolos descubiertos a los ojos del artista.

 

Las huellas siempre estuvieron, a pesar de los esforzados intentos de ocultarlas o exterminarlas, y determinaron el andar de nuestra disfrazada realidad. Ellas son lo profundo que, en palabras de Rodolfo Kusch, se nos presentan desde la infinitud totalizante como algo tenebroso. Produce miedo. Discute y pone en riesgo la máscara que con tanto trabajo se ha intentado embellecer a través de varios siglos. Las huellas se descubren, toman un papel explícitamente protagónico, y hacen de la pretendida occidentalización del continente una espantosa cicatriz.

 

Maggie nos enfrenta con lo tenebroso. Su llegar hasta las huellas le costó el barro y las espinas doliendo en su creatividad.

 

Su obra, como todo sincero y gran arte, desentraña el problema esencial de nuestras sociedades latinoamericanas. El camino es reconciliación con lo telúrico, con la madre tierra. Obligan las circunstancias a alejar a estas pinturas de los barullos estéticos. Maggie no se deja disolver en las perfumadas voces. Su experiencia, su decisión es en y por el barro: como el tan nombrado loto, o mejor, como la totora; su pintura es planta y flor que nace en el barro. Se alimenta de su ambiente. En esta obra laten, gimen, se retuercen y se ven crecer los nuevos frutos continentales, coloreados por mil gestos reivindicadores.

 

En su primer acercamiento a los paisajes americanos, nos enfrenta a pampas desoladas, o quizás mares, de movimientos preñados por colores tenebrosos; donde nos invade un desconcierto del que intentamos escapar haciendo pie en las pequeñas montañas que se debaten en la fortaleza, entregándonos la sensación de equilibrio en su tosquedad, y la debilidad. Parecen flotar entre un mar de lava y un cielo incendiado. Sensuales formas femeninas armonizan y llenan de vida sus pinturas. Habitamos la sensación de estar abandonados al capricho de terribles e insospechadas bestias telúricas que se mueven disfrazadas de vientos, tormentas, terremotos o mareas y causan un infernal ruido del que nuestros ojos blancos, morochos o mestizos no parecen tener la posibilidad de evitar sin mediación. Voces inconexas y formas casi amorfas. Manifestaciones telúricas que aun no estamos preparados para escuchar, cantan y bailan en estos paisajes.

 

La máscara puesta y sostenida por ríos de sangre en el viejo continente, impuesta a cruz y espada en el nuestro, cayó haciéndose pedazos apenas comenzado el nuevo milenio. Condenados allá, parecen no querer entrar en razón, alimentándose con su propio vomito. Nosotros vemos a los verdugos caer derrotados y nos atrevemos a comprender que nuestro pasado, presente y futuro no son paralelos al de ellos. Somos amerindios, o indoamericano como guste, no heredaremos de ellos ninguna otra incómoda máscara. Allá queden ellos con su perfumado nihilismo. A nosotros nos toca encontrar y reconciliarnos con las antiguas huellas que se asoman brotando entre el barro y las espinas.

 

Maggie recibe los guiños continentales. Coloca su pensamiento en consonancia con lo movimientos político-sociológicos. El caos, expresado en esas convulsionadas pampas, comienza a ser dominado por espantosas formas. Las masas silenciadas por la ignorancia y la discriminación salen decidiendo, desde la profundidad de sus raíces, desde la más impredecible inconsciencia, el nuevo camino de nuestras sociedades. En la segunda etapa surgen en sus pinturas bestias que gimen, nacen, crecen, gritan y corren por los campos sin dejar duda de haber sido parte del caos anterior. Aparecen para dominar la escena. Nuestra artista agudiza la mirada, antes extraviada en una lejanía que abarcaba poco, y se focaliza en las formas insospechadas que brotan y recorren sus pampas en absoluta armonía con la naturaleza. Se acerca, no pretende dominarlas, sabe que son inaprensibles para nosotros. Solo las presenta, las pone ahí ariscas en su salud salvaje y regeneradora, frente a nuestros ojos, en su estar. Las plantas se presentan como masas amorfas, o especies de cactus semisólidos con una movilidad extraña, modelados por los más instintivos caprichos. Los animales son cuerpos de raíces desenterradas, corren liberados por los campos con sus activas cabezas vagina o ramificaciones. No hay miedo en su pincel. Las ch’alla1 con vino, ritualizando la relación con el paisaje y la realidad continental, y el pacto quedan enraizados en la madre tierra con la Pachamama.

 

Las criaturas tenebrosas no sufren modificación sustancial en este rito, permanecen inefables e inapreciables. Dejan caer las cáscaras resecas de las fallidas pretensiones civilizatorias. El arte genuinamente americano, es un pacto con el paisaje, una reconciliación sin vuelta atrás con la naturaleza. Ablanda y derrite con tenebrosos movimientos los cristales de colores que se le habían impuesto a nuestros ojos. El artista, que como Maggie de Koenigsberg, intenta llevar a cabo tamaña empresa se entrega por entero a la irreversible comunión, desnudando las limitaciones humanas para ser reeducados por lo espectral, a ojos civilizados, de ser indoamericano. Por este motivo, su obra progresa desde un escepticismo (nihilista) desolador hacia un latinoamericanismo exóticamente embellecido por un colorido horizonte esperanzado.

 

Maggie atraviesa el nihilismo, herencia maldita, ingresando a ese aparente caos que a pesar de asustarnos se presenta como la única salida. Su mirada se recorta, y en el detalle encuentra lo que se sospechaba al ver que la decadencia occidental no coincidía con la nuestra. Así, en este tercer momento, entre el barro, las espinas, el matorral confuso, y desde la huella que está abajo, florecen retoños de los montes que creíamos muertos. Queda frente a nuestros ojos el florecer y los frutos paridos indiscutiblemente por nuestra madre tierra. Los colores exóticos dominan estas pinturas florecientes de Maggie, que no pueden más que emparentarse con los de la Wihpala que sostenían hace dos siglos Tupac Amaru y Tupac Katari, y ahora lo hace la esperanza socialista amerindia. Lo que antes se mostraba como caótico, tenebroso y amorfo, comienza a ser síntoma de una cierta armonía, belleza raigal, hija innegable de nuestro paisaje. En las pinturas se ven o se suponen dolores, fuegos, sangre y cenizas, pero las fuerzas no se detienen en su vital movimiento. Las cosas nacen y crecen con formas insospechadas. Las flores y las plantas son manos, ojos, sexos, brazos, dientes, pelos, dedos, cabezas... Un Guernica a la inversa. Mil manos, mil ojos, mil dientes, mil bocas, mil sexos... se reagrupan, se juntan, se abrazan, se hermanan dando un maravilloso testimonio de la humana construcción, no de la destrucción, de un renacer definitivo.

 

Maggie de Koenigsberg en sus pinturas se entrega a las fuerzas telúricas: sensualmente salvajes. Desde el malezal confuso, con ritos etílicos acaricia y seduce haciendo visibles las antiguas huellas; saluda y acompaña al socialismo renaciente en nuestras tierras.

 

Celebramos con este escrito la obra de Maggie y con él a los pueblos de nuestro continente. ¡Salud!

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